Las catacumbas cristianas

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Roma, catacumba de Priscilla. Gallería del arenario
Orígenes de las Catacumbas.

Las catacumbas surgen en Roma entre fines del siglo II y principios del siglo III d.C., con el pontificado del Papa Ceferino (199-217), quien confió al diácono Calixto, que luego será Papa (217-222), la dirección del cementerio de la vía Appia donde iban a ser sepultados los pontífices más importantes del siglo III. La costumbre de enterrar a los difuntos en ambientes subterráneos ya era conocida por los etruscos, los judíos y los romanos, pero con el cristianismo nacieron cementerios hipogeos mucho más complejos y amplios para poder acoger en una sola necrópolis toda una comunidad. El término antiguo con el que se designaba estos monumentos es coemeterium, que deriva del griego y significa “dormitorio”, subrayando con esto que para los cristianos la sepultura es sólo un momento, en espera de la resurrección final. Con el término ‘catacumba’, que incluye todos los cementerios cristianos, se definía antiguamente sólo el conjunto de San Sebastián en la vía Appia.

 

Características de las Catacumbas.

Por lo general, las catacumbas están excavadas en toba o en otros terrenos fácilmente transportables pero sólidos, para poder crear una arquitectura negativa. Por eso las catacumbas se hallan sobre todo en terrenos de toba, es decir, en Italia central, meridional e insular. Las catacumbas implican la presencia de escaleras que llevan a corredores denominados galerías, como en las minas. En las paredes de las galerías están colocados los “nichos”, o sea, las sepulturas de los cristianos ordinarios, realizadas a lo largo; están cerradas con losas de mármol o con ladrillos. Los nichos representan el sistema sepulcral más humilde e igualitario, con el objeto de respetar el sentido comunitario que animaba a los primeros cristianos. En las catacumbas existen, en todo caso, tumbas más complejas, como los arcosolios, donde se excava un arco en la toba; y los cubículos, que son auténticas celdas sepulcrales.

 

 

Catacumbas en Italia y el mundo.

La mayor parte de las catacumbas está en Roma; llegan a unas sesenta, y otras tantas se encuentran en la región del Lacio. En Italia, las catacumbas se desarrollan especialmente en el sur, donde la consistencia del terreno es más sólida y, al mismo tiempo, más fácil de excavar. La catacumba situada más hacia el norte está en la isla de Pianosa, mientras los cementerios hipogeos situados más al sur son los de África septentrional, especialmente el de Hadrumetum, en Túnez. Otras catacumbas se encuentran en las regiones de Toscana (Chiusi), Umbría (cerca de Todi), Abruzos (Amiterno, Aquila), Campania (Nápoles), Apulia (Canosa), Basilicata (Venosa), Sicilia (Palermo, Siracusa, Marsala y Agrigento) y Cerdeña (Cágliari, S. Antíoco)

 

El arte de las catacumbas
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Roma, catacuba de San Calixto. Difunta orante

En las catacumbas se desarrolla, desde fines del siglo II, un arte muy sencillo, en parte narrativo y en parte simbólico. Las pinturas, los mosaicos, los relieves de los sarcófagos, así como las artes menores, recuerdan las historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, con el intento de presentar los ejemplos de la salvación del pasado a los recién convertidos. A menudo se representa a Jonás, salvado del vientre de la ballena donde el profeta había permanecido durante tres días, esto para evocar la resurrección de Cristo.

Pero están representados también los jovencitos de Babilonia, salvados de las llamas del horno; Susana, salvada de las insidias de los viejos; Noé escapado del diluvio; Daniel, ileso en el foso de los leones.

Del Nuevo Testamento, se seleccionan los milagros de curación (el ciego, el paralítico, la hemorroísa) y de resurrección (Lázaro, el hijo de la viuda de Naím, la hija de Jairo), pero también otros episodios como la conversación con la samaritana en el pozo y la multiplicación de los panes.

El arte de las catacumbas es también un arte simbólico, en el sentido de que se representan con sencillez algunos conceptos difíciles de expresar. El símbolo de Cristo es un pez; la paz del paraíso, una paloma; y para expresar la firmeza de la fe se dibuja un ancla. En las losas que cierran las sepulturas están grabados con frecuencia símbolos con distintos significados. En algunos casos se representa un objeto que recuerda el trabajo realizado en vida por el difunto. Algunos símbolos, como las copas, los panes y las ánforas se refieren a las comidas fúnebres en honor de los difuntos, llamadas refrigeria. La mayor parte de los símbolos está relacionado con la salvación eterna, como la paloma, el pavo real, el ave fénix y el cordero.

 

Las catacumbas y la Madre de Dios
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Roma, catacumba de los Santos Pedro y Marcelino. La virgen con el niño y dos magos

En las catacumbas romanas se conserva la imagen más antigua de la Virgen, pintada en el cementerio de Priscilla, en la vía Salaria. El fresco, posiblemente de la primera mitad del siglo III, representa a la Virgen con el Niño en sus rodillas frente a un profeta (quizás Balaam, o Isaías) que indica una estrella, alusión al vaticinio del Mesías. En las catacumbas figuran también otros episodios con la Virgen, como la adoración de los Magos y escenas del pesebre, pero se cree que antes del Concilio de Éfeso todas estas representaciones tenían un significado cristológico y no mariológico.

 

El buen pastor en las catacumbas

Una de las imágenes más comunes en el arte de las catacumbas es la del Buen Pastor, y aunque el esquema se haya tomado de la cultura pagana, asume inmediatamente un significado cristológico, inspirándose en la parábola de la oveja perdida. Cristo está representado, por tanto, como un humilde pastor con una oveja sobre los hombros, mientras cuida un pequeño rebaño, a veces constituido sólo por dos ovejas a sus lados.

 

Los mártires de las catacumbas
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Roma, catacumba de Domitila. Basílica de los Santos Nereo y Aquileo

 

En las catacumbas fueron enterrados los mártires de las cruentas persecuciones de los Emperadores Decio, Valeriano y Diocleciano. Junto a las tumbas de los mártires se fue desarrollando muy pronto una forma de culto por parte de los peregrinos, que dejaban grafitos y oraciones grabadas en estos sepulcros excepcionales. Los cristianos trataban de colocar las sepulturas de sus propios difuntos lo más cerca posible de las tumbas de los mártires porque se creía que también en el paraíso se podía establecer esta cercanía mística.

 

Las catacumbas y los Padres de la Iglesia

Entre fines del siglo IV y principios del siglo V, los Padres de la Iglesia describieron las catacumbas. El primero fue S. Jerónimo; cuenta que, cuando era estudiante, iba los domingos a visitar las tumbas de los apóstoles y de los mártires con sus compañeros de estudio: “Entrábamos en las galerías, excavadas en las entrañas de la tierra... Raras luces, procedentes de la superficie, atenuaban un poco las tinieblas... Adelantábamos lentamente, paso a paso, completamente envueltos en la oscuridad”. El poeta ibérico Prudencio recuerda, además, que en los primeros años del siglo V muchos peregrinos llegaban de los alrededores de Roma y también de las regiones limítrofes para venerar la tumba del mártir Hipólito, sepultado en las catacumbas de la vía Tiburtina.

 

Los pontífices restauran las catacumbas

En la segunda mitad del siglo IV, el Papa Dámaso emprendió la tarea de buscar las tumbas de los mártires dispersas en las distintas catacumbas de Roma. Encontró los sepulcros, los hizo restaurar y mandó grabar excelentes elogios en honor de esos primeros modelos de la fe. Durante el siglo VI, los Papas Vigilio y Juan III arreglaron las catacumbas después de las incursiones que habían sido el resultado de la guerra greco-gótica. También más adelante, entre el siglo VIII y el IX, los Pontífices Adriano I y León III restauraron los santuarios de los mártires de las catacumbas romanas. Después de un largo período de olvido, el redescubrimiento, en el siglo XVI, de estos lugares hipogeos, dio valiosos testimonios de la auténtica fe de los primeros cristianos que fueron útiles al movimiento de la Contrarreforma. En fn, en el siglo XIX, el Papa Pío XI creó la Comisión de Arqueología Sacra para conservar dignamente y estudiar los lugares del cristianismo primitivo.

 

 

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